El mosquito Aedes aegypti –ese que puede transmitir dengue si está infectado– es inteligente. Los seres humanos, también. Sobre esas dos verdades y frente a la necesidad de prevenir sus picaduras durante los próximos meses, Cecilia Domínguez (51), bióloga e investigadora del CCT-Conicet Mendoza, dice que no estamos a merced del insecto, sino que podemos controlar la situación sabiendo que le gusta poner huevos en los recipientes artificiales que están a la sombra, en ese florero donde lucen las rosas de estación, en ese tarrito donde quedó el cogollo que robamos a la vecina, en el bebedero de los animales, en las canaletas, en el balde que dejamos a medio llenar. Repite que no estamos a merced de los astros, sino que debemos limpiar, cepillar, eliminar todos esos recipientes donde se acumula agua. O, lo que sería lo mismo, usar la inteligencia.
“Creo que el mensaje tiene que ser superpositivo, este es un problema que podemos controlar. No estamos a merced de los elementos naturales, de los astros, esto no es astrología, porque sabemos que el bicho pone huevos en recipientes artificiales que ponemos nosotros, que están a la sombra, en lugares oscuros, cobijados. Entonces, si nos ponemos las pilas y eliminamos esos recipientes artificiales, podemos controlar esta situación”, comenta a Unidiversidad.
Cecilia, que nació y se crio en Canadá hasta los 16 años, se dedica a lo mismo que la apasionó desde niña: los animales y las plantas. Una pasión que incentivó su papá con revistas y libros, que la acompañó cuando llegó a Argentina, cuando estudió en la Universidad de Córdoba, cuando hizo su doctorado, cuando recibió el premio de la Fundación Antorchas y el British Council que le permitió terminar sus estudios en Oxford y cuando regresó al país e ingresó al CCT-Conicet Mendoza.
Ese recorrido de vida también se refleja en su especialidad, la biogeografía, que estudia la evolución de los animales en el contexto de los continentes, es decir, de los territorios que ocupan. Eso, unido a su interés por las enfermedades infecciosas hizo el resto.
Un mosquito que llegó con Colón
La investigadora, que trabaja en el Instituto Argentino de Investigaciones de Zonas Áridas (Iadiza), repite que el mosquito es inteligente. No lo dice al voleo. Estudió vida y obra de este insecto originario de África que, asegura, llegó a las Américas con la conquista, es decir que de las carabelas de Cristóbal Colón no solo bajaron hombres blancos europeos, sino también este mosquito, ya que en el agua de los barcos estaban sus larvas.
El mosquito —cuenta la bióloga— se instaló en algunas zonas del país y se fue moviendo con las poblaciones. Además, como no es originario de estas tierras, sino que se bajó de las carabelas, no tiene enemigos naturales que hagan un control biológico.
Su expansión —comenta Cecilia— se frenó en la década del 50 debido a la confluencia de dos factores: un gobierno militar que cuando daba órdenes había que cumplirlas y la “moda”, que nació en Estados Unidos y se replicó en el mundo, de fumigar con un insecticida llamado DDT con la idea de terminar con cualquier bicho. Fue así, mató a todos, incluidos los mosquitos, pero también a las abejas, las mariposas, los escarabajos, las plantas, tal como advirtió Rachel Carson en su libro La Primavera Silenciosa, un texto clave en la historia del cuidado del medio ambiente.
“Esas dos líneas que se cruzaron, el gobierno militar y el DDT, lograron su cometido, que fue sacar el mosquito de la Argentina, hicieron retroceder la línea de distribución del dengue hasta el límite con Paraguay, lo sacaron del país. Después se comprobó que el DDT se acumulaba en las grasas, que era cancerígeno y hoy está totalmente prohibido su uso, pero, en ese momento, lograron el cometido”, expresa.
¿Qué paso después? ¿Por qué avanzó nuevamente sobre territorio argentino? Cecilia apela a la ironía para contestar. Dice que, como en nuestro país todo es tan estable y que las medidas importantes se respetan, que son política de Estado, se descuidó la vigilancia entomológica y así volvió el mosquito.
La investigadora relata que en la década del 90, cuando estudiaba en Córdoba, hicieron estudios y se alarmaron por la presencia del insecto en esa provincia. Cuando llegó a Mendoza, en 1998, continuó con el tema y publicó trabajos que informaban sobre la presencia del Aedes aegypti en zonas puntuales. Hoy, 26 años después, se expandió y tiene una gran presencia.
Duelo de inteligencias
Domínguez repite que el mosquito es inteligente. Por ejemplo, cuenta que, cuando en la casa hay un florero y el agua se evapora, pone los huevos en esa línea de flotación primigenia que queda marcada porque sabe que pronto rellenarán el envase. O pica especialmente desde la rodilla hacia abajo porque sabe que ahí cuesta que llegue el manotazo, del que además puede escapar gracias a su pequeño tamaño y a sus patas blancas, que dificultan atraparlo.
Como buena investigadora, Cecilia dice que es necesario saber para poder evitar que el insecto ponga sus huevos y que estos sobrevivan. Y enumera lo que le gusta y lo que no. Le gusta: poner huevos en el agua, porque si las larvas no tienen líquido se mueren, en recipientes artificiales que estén en lugares oscuros, a la sombra, cobijados, dentro de la casa. No le gusta: poner sus huevos al rayo del sol, ni en la tierra, ni en la arena, ni en un lago.
¿No se puede tener ni un florerito?, fue la consulta. Cecilia responde que, en ese caso, lo mejor sería reemplazar el agua por arena mojada, no inundada, sino apenas mojada, que conservará las flores, pero no permitirá que se desarrollen las larvas.
La que pica —sigue Cecilia— es la hembra, porque necesita la proteína de la sangre para poner más huevos. Es bimodal, con picos de actividad crepusculares: uno en la mañana y otro en la tarde, desde las 17.
La investigadora dice que el mosquito no tiene presencia todo el año en Mendoza, sino que acompaña la época de calor y lluvias, porque estas condiciones favorecen su reproducción. Es decir que el pico comienza en noviembre, diciembre, vuelve a hacer otro en febrero y luego baja cuando comienzan los primeros fríos.
“Te repito que el mensaje es positivo en el sentido de que podemos controlar la situación. Tenemos que eliminar todos esos recipientes artificiales que nosotros mismos creamos, el descacharreo, la limpieza, pasarles un cepillo a las cosas, despegar esos huevos que puso el mosquito es lo fundamental”, explica la investigadora.
La incidencia del cambio climático
¿Qué incidencia tiene el cambio climático en la vida y desarrollo de este mosquito? Cecilia responde que no sabe científicamente, porque faltan estudios, pero que existen indicios preocupantes: el aumento de la temperatura o que un investigador de Neuquén ya dio cuenta de la presencia de Aedes aegypti en ese territorio, algo impensado, ya que, históricamente, su límite geográfico fue el sur de Mendoza debido a las bajas temperaturas.
“No sabemos qué puede pasar; lo que sí te puedo decir es que cualquiera que mira estos datos ve un peligro latente. Es como si ahora, en vez de ver un proceso histórico, lo vieras en tiempo presente, estás viendo cómo el bicho no solo ganó en su distribución histórica, sino que sumó una latitud más hasta Neuquén y eso es alarmante. Entonces, yo tengo lo que aprendí estudiando, pero a la vez tengo que tener la cabeza totalmente abierta a entender que hoy, que es 30 de octubre, van a hacer 36 grados; nunca había visto esto y eso no es algo que lo desfavorezca al bicho, al contrario, entonces esto es nuevo y hay que ponerse a estudiarlo”, expresa.
La investigadora explica que el frío retarda todos los procesos en los seres vivos, incluido este mosquito. En cambio —dice—, el calor los acelera porque, a medida que aumenta la temperatura, también se incrementa la velocidad en la que pasan de huevo a larva y a adulto. “A medida que va aumentando la temperatura, ese ciclo se hace cada vez más rápido. Por eso son tan infernales, es un animal que en cinco días te puede producir una generación de hembras que, a su vez, van a poner huevos. Entonces, esa es la correlación que existe entre la temperatura y el desarrollo de este bicho, aunque existe un límite fisiológico que está en los 42, 45 grados, con los que todo se frena, pero acá no pasa eso porque tenés 38, 39, 40 grados, y eso lo beneficia”.
Justamente, con el objetivo de estudiar y entender, Cecilia, junto a un grupo del CCT-Conicet, entre quienes están Carlos Gamarra Luques y Érica Correa, comenzará una investigación para comprender cómo se mueve la población de mosquitos en el territorio provincial. La idea —comenta— es colocar trampas en distintos puntos estratégicos para analizar ese movimiento. Para llevar adelante el trabajo, invita a sumarse a estudiantes de carreras afines a la temática (medicina, ciencias naturales), para lo cual pueden contactarla a través del mail mcdomin@mendoza-conicet.gov.ar.